jueves, 11 de noviembre de 2010

Los padres de la criatura

jueves, 11 de noviembre de 2010
El viernes a la tarde vino a casa un periodista de Barcelona que está haciendo una investigación sobre Messi. Había llamado un par de veces a la mañana por unos datos en supuesta posesión mía. Cada vez que sonaba el celular yo estaba adentro de un banco, atrancado en miles de trámites por una mudanza, por lo que le decía que me hablara después. No me gusta dejar en banda a un tipo que está buscando información porque inevitablemente me coloco en su lugar y sufro. Pero tenía un día chino y él se iba esa misma noche. Combinamos para vernos diez minutos. El agradeció diciendo que serían más que suficientes.

Aunque guardaba una remota sospecha, me sentía un poco curioso sobre mi eventual aporte en un texto sobre Messi. Nos sentamos en el patio. El loco vivía en España hacía siete años bancándose con trabajos free lance. Me dijo que ya había escrito un largo perfil sobre Messi a partir del cuál una editorial prestigiosa le había encargado un libro. Ya había estado en Rosario para armar aquel artículo y ahora venía a profundizar su pesquisa.

No demoré en confirmar, con algo de decepción, que mis sospechas no estaban mal orientadas. Mi nada gloriosa contribución consistiría en que le contara entretelones de un episodio publicado dos años atrás que tenía como protagonista a Messi. Pero no a Lionel, sino a Matías, hermano mayor, que había ido a parar a las páginas de Policiales porque un patrullero lo había detenido con un arma ilegal.

Me puse un poco en guardia. Las intenciones del tipo sentado en mi patio me provocaron desconfianza. Me descubrí imprevistamente flotando en el mismo malestar que muchas veces yo le debo inspirar a tanta gente que entrevisto. Le dije, entonces, que no había mucho más que agregar a lo que ya había aparecido. Era un episodio menor que en realidad me había avergonzado un poco publicar.

—¿Por qué lo hiciste entonces?, preguntó él.

La respuesta que le di me causó más vergüenza todavía. Pero asumiendo que era el precio justo por algunas de las tropelías que hacemos en este oficio no la esquivé. Contesté que aquella mañana de noviembre de 2008 un buche le había pasado a un compañero el dato de que durante la madrugada la policía había detenido a un pibe con una pistola robada. Algo así nunca entra en la edición de la sección: pasa tan seguido y en tantos lados que no es noticia. Salvo que haya de por medio un patronímico importante.

Ahí entró a operar un dilema. Algún otro medio no tardaría en enterarse. Y no hacía falta ser Stephen Hawking para notar que la sola alusión “hermano de Messi” pondría el tema en la prensa nacional.

A mí colocar el tema en los diarios nacionales me importaba un sorongo. Pero no ignoraba que cuando eso pasara nos veríamos obligados a publicar —tarde y atrás— una novedad pueril que acababa de ocurrir y que teníamos antes que nadie. Me fui a la reunión de edición sabiendo que no podía esconder eso. Presenté los temas del día y al final de todo, como esos que envuelven las llaves en un trapo antes de tirarlas del piso veinte, largué: “…y además ayer agarraron a un hermano de Messi con un bufo y cinco balas en la recámara a una cuadra del Distritro Sur…”

Houston se sacudió. Los otros jefes izaron las cabezas pidiendo detalles con los ojos como huevos de avestruz. Que cómo, que dónde, que por qué. Como un papanatas culposo intenté amortiguar: que no había que exagerar, que un pibe llevando un rofie en una ciudad de un millón de tipos no era algo insólito, sarasa, sarasa… Lo íbamos a dar pero no abriendo la sección ni mucho menos.

Me respondieron que hiciera como quisiera, pero con el suficiente despliegue de texto como para salir en la tapa del diario, que era donde lo pondrían.

A las seis horas la noticia estaba en todos los portales de Europa. Lo que algún gil tomaría como un acierto periodístico no lo era ni por asomo. Apenas un episodio chico acompañado por un apellido grande. Tan grande como para no poder ir de cayetano a una reunión de editores. Y como para colocar al diario como el padre de la criatura.

Hubiera querido que terminara ahí. Lo juro por todas las videntes que podrían leerme la mente en este instante. Pero ocurrió que al correr la noticia un oscuro picapleitos que se vendía como abogado de la familia Messi salió a decir por Radio Dos que todo lo que había salido en La Capital era un invento. Que no habían detenido a Matías Messi, ni con un arma, ni nada. A esas declaraciones también las levantó todo el mundo.

Ofendido con el cagatintas que nos trataba de mentirosos no tuve paz hasta conseguir copia del expediente donde figuraba el hecho de punta a punta. Número de patrullero interviniente, nombres de los vigilantes, marca y calibre del arma, desgrabación del llamado anónimo al 101 que avisaba de un tipo armado en Uriburu al 600. Esperé hasta el día que lo indagaron y al día siguiente publiqué todo con mi firma. No porque me pareciera un gran caso, sino porque era una forma de sostener que aunque dijeran que era falso todo eso había pasado. Si era una mentira había un juez que se la creía al punto de imputarle un delito a este pibe.

Hoy pienso que soy un débil engreído, estúpido y orgulloso.

El periodista de Barcelona, que es de Buenos Aires, fue escuchando con gran atención. Cuando acabé de contarle todo le dije que a mi modo de ver eso había sido un episodio minúsculo. Y que me preguntaba cuánto valor podía tener eso en la historia escrita de un futbolista que, además, no tenía que ver con lo ocurrido, ni por un vínculo de sangre ni por otra cosa.

Me dijo que no me preocupara. El asunto no le importaba más que para hacerse preguntas sobre la familia. Me contó entonces que había estado una larga temporada hablando con familiares de Messi y que en ese tránsito se había enterado de muchas cosas dolorosas que no le interesaba en lo más mínimo dar a conocer.

“No son cosas tremendas pero harían ruido”, dijo. “No hay nada más común en el mundo que el dolor y las desdichas de una familia común. Por eso mismo esas cosas merecen ser preservadas”.

Le creí.

Estuvimos en silencio un momento. Tras su comentario me quedé pensando en un artículo de unas quince páginas que había leído unos meses atrás en un blog de una revista peruana. Era un reportaje donde un periodista se empecinaba en hablar por teléfono con amigos y familiares de Messi. Recordaba, especialmente, una comunicación nocturna que el periodista había mantenido con la hermanita. En la conversación de la nena iba y venía un anormal matiz subterráneo, algo no dicho que asomaba en forma inquietante como sólo brota en las cosas que ocurren por las noches. Pudo ser un déficit de mi percepción. Pero lo sentí. No hay nada que nadie pueda hacer contra la energía que dispara lo tácito de un texto bien armado. Ni nada hay más perturbador que aquello que no termina de ser dicho.

“Yo escribí esa nota”, dijo él.

Fue entonces que por esas cosas esotéricas que a veces resultan fallidas, como las corazonadas, decidí contar a mi visitante algo que hasta ahí pensaba callarme.

A los pocos días de escribir la nota con el expediente del caso Matías sonó mi celular con un número de Buenos Aires. El que hablaba era Jorge Messi. No me produjo gran sorpresa porque un compañero de la sección Deportes me había adelantado que el papá de Messi quería hablar conmigo y me pedía permiso para pasarle mi teléfono.

Una de las primeras cosas que un periodista debe aprender es que una persona que quiere hablar con un periodista lo único que desea es interactuar con la firma que aparece en el diario. No con el ser de carne y hueso que ese periodista es. Eso es lo mejor para evitar tomarse las cosas personalmente. Lo que yo era entonces o soy ahora a Jorge Messi le interesa tanto como los malvoncitos de la casa de mi vieja.

Estaba en Rosario y me propuso tomar un café donde yo eligiera. Le sugerí ir al bar de la vuelta de mi casa, en San Luis y Suipacha. Nos encontramos allí a la media hora. Mientras esperaba sentado en una mesa del fondo a través del vidrio reconocí con asombro al padre de la criatura. Era alucinantemente igual a Lionel. Más fácil creer que era, más bien, su hermano mayor o un tío joven. Me contaron que en Dubai una vez cuando salía de un hotel lo levantaron en andas confundiéndolo con Leo.

Yo estaba resuelto a no dejarme conmover por la sobrenatural admiración y curiosidad que siento por su hijo futbolista. Pero sabía que él venía a hablarme del otro hijo. También sabía que lo mejor para no caer en tentaciones era dejarlo decir a él y limitarme a explicar mi “intervención profesional” y la necesidad de “mi nota firmada”. Pongo las comillas para sentirme un poco menos pelotudo.

En principio me contó cosas de él. Su trabajo en Acindar, sus pleitos con antiguos intermediarios, su transcurso del tiempo por mitades entre Rosario y Barcelona. Refunfuñó algunos rezongos sobre Maradona, que recién se hacía cargo del seleccionado y acababa de ningunear a su vástago diciendo que Argentina era Mascherano y diez más. Encontré a un tipo de talante tranquilo que está muy pendiente del agobiante peso de la fama de su hijo y de la posibilidad persistente y ubicua de ser estafado. No tuve tiempo de que me cayera ni bien ni mal.

Todo venía muy sobrio y yo esperaba un apriete. Sólo me preguntaba si usaría o no anestesia.

Lo invité a decirme en qué podía ayudarlo. Me dijo solamente que le interesaba hablar conmigo porque se había dado cuenta de que la noticia de Matías los demás medios la seguían a partir de lo que sacaba La Capital. Me contó que había visto la historia reproducida en diarios de Alemania y de Inglaterra. Acababan de inscribir una fundación de bien público y querían evitar que la imagen de Leo, dijo, quedara salpicada. No buscaba negar lo que había pasado. Pensaba que sin la intervención del abogado el tema habría muerto con la primera nota. De una manera correcta y sin una palabra de más me dijo que si íbamos a seguir publicando algo nos pedía por favor tener la chance de responder alguna cosa.

A los 22 años yo trabajaba en el Banco Nación y me mandaron a buscar una remesa a Buenos Aires. Acepté porque nunca había viajado en avión y además pagaban viáticos. El despegue del avión me hizo sentir en un parque de diversiones. Después entré con dos gorilas de la vigilancia al tesoro de la casa central y me dieron cuatro sacas con seis millones de dólares.

Esa fue la primera vez que vi tanta plata junta. La segunda era en el bar contemplando la cara del tipo que tomaba un cortado conmigo. En las dos ocasiones, me parece ahora, era posible constatar la huidiza y falible condición constitutiva del poder. Porque el punto donde lucimos frágiles, oscilantes, en condiciones de tener que defendernos o pedir ayuda, siempre termina por presentarse. Lo recordaba hace dos décadas camino al aeroparque con los bolsines llenos de dólares, pensando que el banco me ponía dos custodios en un blindado porque no tenía certeza de que los seis palos llegaran a Rosario. Y el tipo que maneja un contrato futbolístico de 10 millones de euros anuales solicitaba —no a mí, sino al propietario del nombre que aparece firmando notas en el diario— que le concediéramos la oportunidad de hablar.

Como un cazador de autógrafos, yo había llevado al bar una pequeña bolsa de cartón con una foto enmarcada. Era de cuando Messi sufrió su primera lesión en el fútbol profesional. La imagen lo muestra de espaldas, empequeñecido por su traspié, abrazado en forma paternal por Kluivert Rijkaard, el entrenador que lo hizo debutar en la primera del Barcelona.

Es una fotografía extraordinaria. Quería decirle que la tenía colgada en mi escritorio como sugiriendo que jamás hubiera querido provocar ningún daño a su hijo. El recordaba muy bien la foto y dijo que le gustaba mucho. Pero aunque no lo mencionamos, un sentido complementario de la imagen terminó entreverándose y prevaleciendo. El que confirma que todos somos endebles y que nada nos asegura, tengamos lo que tengamos, no tener que depender de otros. A mí me recordó, además, que soy tan flojo como para desconocer hasta el día de hoy que haría si un dato me volviera a dejar colocado en una situación parecida.

A los cortados los pagué yo.

POR HERNAN LASCANO

16 comentarios:

Anónimo dijo...

Que impresionante Hernán! Había leído el perfil de Messi y lo de la siesta y la hermanita es mortal!. Saludos
Virginia

Juan dijo...

Quizás lo que más me guste de esta historia sea el análisis de la relación del poder (el que ostenta el poder) con una firma ("los malvoncitos de la casa de mi vieja"). Digo quizás porque todo está muy bueno. Otra cosa interesante es ver cómo el tiempo se encarga de recordarnos que aquello que publicamos quedá ahí para siempre y que, para bien o para mal, puede ser recortado y leído y releído cuando ya lo creíamos olvidado, archivado.

Sonia dijo...

Querido, siempre me dejás sin aliento con tus historias. Leí el perfil de Messi por recomendación de Alarcón. Recuerdo la conversación con la hermanita, y esa imagen de un Messi tan vulnerable. Todo el texto es imperdible, tus reflexiones sobre la ética profesional son impecables. Sólo eso quería decirte, me quedé sin aliento (aunque sé que eso tiene otras connotaciones por estos pagos). Besitos. Sonia

La Negra Vilche dijo...

El párrafo de los malvoncitos (recién le comentaba esto a Juan por el Facebook) debería ser parte de un manual de periodismo. Pero se complica. Apenas lo voy a fotocopiar y me lo voy a pegar en el corcho al lado de la compu. Buena nota, siempre es bueno repensar toooodo lo hecho y un poco más.

Pablo Makovsky dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

Hernán, como siempre, buenisima la nota.
Un pequeñísimo detalle: el de la foto que abraza a Messi no es Kluivert, es Frank Rijkaard.

Hernán dijo...

Es cierto, qué equivocación!! Los dos holandeses, los dos negros, los dos geniales, los dos del Barcelona!!

Anónimo dijo...

Espectacular relato y mejor reflexión. Qué bueno, hermano.

El Pelado

La Negra Vilche dijo...

Ah bueno!!! No seremos holandeses ni de Barcelona (todo lo demás sí) pero con ese criterio colgá una foto de Juncos, Lito, Loja, Amaya o mía! LV (vocera del equipo oscuro del diario)

Alvaro dijo...

A la flauta, esto es escribir. Brillante

pablo bilsky dijo...

Impecable y conmovedor análisis de las relaciones de poder.

Anónimo dijo...

Hernán: lograste un texto interesante que tiene al anodino de Messi como uno de sus protagonistas. Eso sí que es bueno...

Ahora: El hermano de Messi con un arma robada... Es un notición!! Muchas veces los desafíos periodísticos están detrás de estas cosas que parecen boludeces.

Carolina.

SU dijo...

Hernán, una vez más tu gesto, ante una situación como la narrada , muestra lo extraordinaria persona que sos, y lo brillante de tu pluma.

Belen dijo...

No pude sacar la vista de la compu hasta el final...

Anónimo dijo...

hernán, no te conozco pero te felicito, el texto es excelente. pregunta: ¿dónde puedo leer esa nota de 15 páginas? saludos. diego g.

Hernán dijo...

Diego, al final del post hay un link que dice Perfil de Messi, ahí está colgada la nota.
Tante grazie a tutti

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